La situación por la que atraviesa el vecino país de Haití ha dejado un sabor amargo en el sentimiento de muchos, obviamente en las personas que vivieron el fatídico terremoto y a la comunidad internacional que sigue de cerca cada detalle.
Y aunque el evento fue uno dantesco y extremadamente triste creo que se le puede extirpar algo de positivismo en estos tiempos de crisis y problemas. Me refiero al sentimiento colectivo de ayuda que emana de cada rincón del planeta y la preocupación de la mayoría de las personas, que en su mayoría se les ha escapado alguna lágrima, aunque sea pequeña, cuando ven los reportes de periodistas a través de la pantalla chica y de todos los medios de comunicación.
Es increíblemente alegre ver, dentro de la increíblemente triste situación, como las naciones se involucran para ayudar a un país devastado por este sismo. Es increíblemente alegre ver como las personas se desbordan en los centros de acopio para brindar ayuda, llevar artículos de primera necesidad y ofrecer sus servicios como voluntarios. Es increíblemente alegre ver como las naciones echan a un lado las diferencias para colaborar con la causa, como el caso de Cuba, nación antillana que durante años ha tenido grandes diferencias con los Estados Unidos y pese a eso abrió su espacio aéreo para que vuelos estadounidenses con motivos médicos cruzaran por su territorio.
Y Puerto Rico no ha sido la excepción. La gente se ha desbordado en los diferentes centros de acopio, han dado dinero y han ocupado sus celulares para ‘textear’ con sentido y donar dinero a través de sus dedos.
Ahora bien, sería bueno que se aprenda de esta catástrofe y que los locales aportemos en lo local, que el puertorriqueño ayude más al puertorriqueño, que como buen ciudadano se aporte más en causas benéficas del patio, y así tratar de coexistir en un país que poco a poco la criminalidad y la mala administración se lo está llevando por la borda. No esperemos a que una tragedia nos suceda para mostrar los dotes de compasión, amor y beneficencia.